El mal camino by Mikel Santiago

El mal camino by Mikel Santiago

autor:Mikel Santiago [Santiago, Mikel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2015-06-01T04:00:00+00:00


III

1

Había preparado un par de disculpas para encubrir mi viaje a Mónaco de ese lunes, pero no hicieron falta. Miriam salió muy pronto por la mañana a sus clases de pilates y me dejó una nota muy corta: «Almorzaré fuera y llegaré tarde».

Había estado enfadada desde que me opuse a aquel viaje a Ibiza con los Van Ern. Era su vieja estrategia. Ni sexo ni buenos días. Pero esta vez yo tenía que aclarar un par de cosas antes de hacerme demasiado amigo de aquella gente.

Solo un par de cosas.

Desayuné con Britney o, mejor dicho, con Britney y su iPad. Intenté preguntarle qué tal el fin de semana y me murmuró no sé qué mientras respondía a un tuit y hacía un par de likes. Salió con su motocicleta a las ocho y media y yo me terminé el café con Lola en el jardín. «¿Sabes, Lola? Eres la única mujer de esta casa que aún me hace caso».

Después me puse una cazadora y me monté en el Spider. Activé el GPS de mi teléfono móvil y le dije que me llevara a Cap-d’Ail, que era donde Mark me había dicho que vivía la hermana de Daniel Someres.

Joder, no sabía ni cómo iba a plantear aquello, pero, en fin, ya improvisaría algo. La cuestión es que, en el fondo de mi cabeza, tenía la sensación de que aquello era algo que debía hacer. Algo que Chucks me había dicho que debía hacer. Una promesa es una promesa: «Averigüemos qué hacía Someres en las Corniches, y cómo murió. Te aseguro que si rascamos un poco, encontraremos cosas muy raras en su muerte».

Llevaba una temporada sin conducir una buena distancia. En Londres, muchos fines de semana me escapaba hasta Brighton o Escocia con un MG deportivo. Visitaba a algún amigo, o tomaba un par de fotos para mis novelas, y regresaba por la noche, tarde, cuando el intenso tráfico de la capital se relajaba un poco.

Comenzaba a hacer muy buen tiempo e iba sin capota. Me encanta la sensación del aire a mi alrededor. Además, me había quitado los zapatos y conducía descalzo, otro de mis pequeños caprichos. Cargué un CD de los Beach Boys: Pet Sounds y fui cantando los falsettos de Brian Wilson en la maravillosa «Sloop John B».

Hice una parada nada más dejar Brignoles. Eché una meada, tomé un café y charlé con las dos chicas alemanas que viajaban hacia Mónaco también. Encontré un par de libros míos en la tienda, debajo de un gigantesco expositor de Amanda Northörpe, con una foto suya a todo color, sonriendo con la típica pose de escritor: «¡Más de un millón de lectores en Francia!».

«Tengo que decirle a Mark que yo también puedo hacerme fotos de estas».

Después llené el depósito y continué la ruta.

A la altura de Niza me desvié hacia los Alpes marítimos y tomé la zigzagueante Grande Corniche. Los pinares emanaban un aroma profundo que se mezclaba con la suave caricia de algunos olivos salteados a orillas de la carretera. Pasé



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